Hace apenas unas semanas os contaba la historia de Hachiko. Muchos que no la conocíais la tendréis reciente en la memoria, y los que ya la conocíais supongo que le disteis vueltas al asunto. Hoy, aquí, os voy a traer otra historia protagonizada por un animal, que si bien es completamente distinta a la de Hachiko, quizás, os haga reflexionar un poco más sobre nuestra relación con los animales o al menos os haga pensar un poco en la vida que llevamos, al fin y al cabo, pararse y pensar un poco sobre el mundo que nos rodea no va a hacernos mas que bien.
Hace un mes o así, como todos los días, fui a la mi facultad en mi cómodo ciclomotor. Mi facultad, tiene dos entradas principales para autos. En ambas hay una pronunciada cuesta nada mas atravesar la verja que limita el extenso recinto académico. Ese día, debía tener practicas en el Hospital y entre por la primera de las dos puertas, por la que normalmente no entro. Cuando gire y atravesé el umbral una sombra cruzo rápidamente por delante de mi moto y tuve que dar un brusco giro para poder esquivarla. Una vez pare la moto, me gire y vi que se trataba de un pequeño gato, que no llegaría al año de edad, de pequeñita cabeza y vistoso pelaje naranja. El gato parecía estar bien y sano, algo que no es fácil de ver en un gato callejero. Así que supuse que lo habían abandonado recientemente y había hecho de la entrada de la Facultad de Veterinaria su hogar.
No es el único gato que tenemos por allí, hay una gata que siempre anda por la Biblioteca y que es bastante sociable con los alumnos. Creo que somos la única universidad que admite gatos en su biblioteca^^. El caso es que comente mi incidente con el pobre gato y alguno de mis amigos me dijeron que llevaban viéndolo desde hace un tiempo. Que siempre estaba alrededor de la puerta de los coches y que era muy cariñoso. Algunos incluso, se habían interesado en llevárselo y darle un hogar en cuanto lograran atraparlo. Los días pasaron y de vez en cuando veía al pequeño gato naranja corretear por los jardines de la facultad, dormir debajo de algún coche o observarme mientras pasaba por la moto desde lo alto de una valla. Se había convertido en un estudiante mas de la facultad, donde los animales deberían ser siempre bien recibidos.
Hoy, a eso de las 8, estaba estudiando tranquilamente en la biblioteca rodeado de una ventena de estudiantes. Estaba un poco cansado pues ya llevaba un rato, así que aproveché para salir ha hacer una llamada y de paso pasarme por "La Granja" para ver si aun estaba alguno de mis conocidos en la facultad. Hoy ha sido un día lluvioso y la facultad a esas horas esta casi siempre vacía, así que el ambiente no podía ser mas gélido y desalentador. Me puse a escuchas música, sonaba una canción de La Oreja de Van Gooh (me había apetecido escuchar algo en español), mientras me encaminaba a La Granja, cuya entrada esta justo al lado de la entrada de autos donde tuve el incidente con nuestro amable gato naranja. Mis pasos eran lentos, pues no tenía ninguna prisa. Mi mente, estaba enfrascada en los diversos problemas con los que debía lidiar en los próximos días. "Que cansado estoy" recuerdo que pensé.
Con paso desinibido comencé a subir la cuesta que lleva a la entrada de mi facultad cuando me di de bruces con nuestro pequeño gato. El pequeño animal estaba tumbado, con las patas extendidas, en medio de la cuesta. Sus pequeños ojos felinos miraban la oscuridad de sus cuencas y de sus pequeñitas fauces salia un pequeño hilillo de sangre que se perdía cuesta abajo llevado por la reciente llovizna. Mi primera impresión fue de sorpresa, una sorpresa que se convirtió en una inmensa y terrible pena cuando comprobe que su pequeño corazón no hacía mucho que había dejado de latir. Algún coche lo habría atropellado durante la tarde y había puesto fin a su corta vida. Nuestro gatito naranja había muerto. Instantáneamente, y sin saber muy bien porque, cerré los ojos con tristeza e hice la señal de la luz como si eso pudiera hacer que el pobre gatito fuera al cielo de los gatos o a algo parecido. Devastado, subí la cuesta y me gire lentamente para mirar la pobre efigie de nuestro pequeño amigo recortarse contra las luces de las farolas. Tan pequeño, tan chiquitin y su vida había llegado a su fin. Apenas unos días...solo unos días antes lo había visto correr con vitalidad. Y ahora, ahora estaba muerto.
Tras encontrarme con mis compañeros, que se tomaron la noticia con una mezcla de pena y bromas, volví a pasar la cuesta acompañado por mis compañeros. Algunos mostraron indiferencia, otros se dirigieron al conserje para avisar de que retiraran el cuerpo del pequeño animal, incluso alguno bromeo cruelmente analizando la escena. Parece ser que el gato había salido herido y que se había arrastrado hasta su lugar de descanso final entre estertores de sangre. La cuesta lo demostraba, el rastro de sangre lo atestiguaba. Una punzada de lamento rasgo aun mas la triste herida de mi interior. Quizás el que lo había atropellado podía haberlo salvado. Quizás podía haber hecho algo pero en vez de eso...Lo dejo allí tirado...en la cuesta. Lo abandono para que la muerte se lo llevara. Sentí asco, asco y vergüenza por el causante. No por haberlo atropellado, sino por no haberlo auxiliado. Es una vergüenza, que en una Facultad de Veterinaria, donde la salud de los animales es lo primero, se permita ese horrendo y atroz acto de dejadez. Si ni siquiera nosotros cuidamos a los animales...sentí verdaderamente asco por mis congéneres. Sentí asco de mi mismo.
Algo se removió dentro de mí. El pequeño gatito naranja encontró su final muy cerca de mí y aunque su vida fue corta, despertó sentimientos de ternura, pena y dolor. Veo la muerte cruzar ante mis ojos todos los días. Pero aquella muerte, la de mi gato naranja, me hizo polvo el corazón y me hizo pensar...No os contare las conclusiones que yo he sacado de esta historia, pero si he creído conveniente que la conozcáis. Puede que os despierte algún sentimiento o puede que no. Puede que saquéis algún pensamiento positivo de ella o simplemente pase sin pena ni gloria por vuestra memoria. En todo caso, quería que la conocierais. La historia de este pequeño gato naranja, que vivió poco tiempo, practicamente solo, pero que volvió a recordar a este pequeño viajero del tiempo, muchas cosas que tenía olvidadas. Ahora, espero de todo corazón que de alguna manera, si de verdad hay algún Dios, haya buscado un lugar donde nuestro pequeño gatito naranja pueda pasar la eternidad...feliz. Ojala sea así....
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