Las cosas no parecen tener una rápida y fácil solución. Cuando crees que están en paz con el mundo este suele devolverte la confianza con una fuerte bofetada. Hace un tiempo, hablando con una buena amiga, recordamos en voz alta que feliz viven los ignorantes. No se tomen a mal mis palabras, con ignorantes no quiero faltar a nadie, yo mismo soy el primer ignorante. Me refiero a aquellos que viven si conocer algunas facetas de la vida.
De nuevo volvemos con el bueno de Hobbes. Entiendo de verdad como se sentía el famoso filosofo cuando plasmaba en tinta sus pensamientos mas profundos y tristes. Y es que imagino al viejo sabio sentado en su gran caserón ingles, con al luz del fuego alumbrando sus facciones y una tinta desgastada entre sus dedos manchados de tinta. Con rápida caligrafía y cerrando los ojos con fuerza escribía rápidamente entre pergaminos amarillentos que se retorcían entre montones de hojas sucias y textos muertos.
Hobbes murió siendo un detestado, sus valiosos tratados y obras fueron perseguidos durante años por la Iglesia y la Universidad de Oxford. Un centro de saber persiguiendo las obras de uno de los hombres mas notables que jamás pisarían sus calles. Que ironía del destino. Nunca catalogues a alguien de loco porque piense diferente, pues puede que la ceguera sea el mal que a ti te aqueja. Seguro que el bueno de Hobbes pensó en mas de una ocasión lo feliz que seria, lo feliz que viviría en la ignorancia. Y es que si el conocimiento conlleva poder, también conlleva una condena.
Todos, independientemente de nuestros conocimientos, podemos sentirnos como el viejo filosofo. Y no tenemos que encerrarnos solo en lo que a conocimientos mentales o filosóficos se refiere. Quien no, al caminar por la calle y ver a una pareja de enamorados no le han asaltado recuerdos de un tiempo mejor, quien no se ha sentido triste al caminar cerca del lugar donde solía quedar con un viejo amigo que ya no ve, quien no ha tragado amargamente cuando ha recordado aquella vieja canción que sonaba en aquel bar en el que estabas tú. Este tipo de sentimientos, vestido de mil formas distintas, es lo que yo llamo Los Perros de la Oscuridad. Los perros del conocimiento, del recuerdo y la imaginación. Los tres perros que ladran en nuestros oídos cuando nuestro corazón yace cansado y no podemos ver mas allá de nuestro propio ombligo.
Dicen que cuando vas al infierno, perros hambrientos te persiguen, devorando tus entrañas y mordiéndote sin piedad llenos de rabia y angustia. Estos sentimientos, que son fruto del saber, la experiencia y los sueños a veces me hacen creer que estoy a las puertas del infierno y que son estos perros demoniacos los que ya han comenzado ha devorar mis entrañas. A veces en la oscuridad de la noche me parece oír sus ladridos llamándome desde el abismo de la desesperanza.
Hobbes seguro que tuvo que lidiar con estos perros y quien sabe, a lo mejor al final pudo vencerlos y por eso escribió y vivió todo lo que vivió. Por eso el fuego, sus enemigos y el destino no pudieron acallar su voz. Quizás en aquella noche, en la que los perros de la oscuridad ladraban en sus oídos una mano confortable se poso en su hombro. O quizás no, lo único que se, es que la única forma de acallar los ladridos de la oscuridad es buscando que la luz de nuestros conocidos y amigos alumbren nuestra soledad. Tenemos que aguantar los ladridos, hasta que se callen o nuestra vida llegue a su final, solo así podremos trascender a la eternidad, buscando siempre la felicidad. Igual que hizo el viejo filosofo, ahora eternidad. En el retrato más famoso de Hobbes, parece que sonríe...Quizás nos sonreía a todos nosotros, animándonos a seguir. Quizás el conocimiento también traiga felicidad. Pero esa, es otra historia.
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