Los días muertos bajo el sol abrasador. Cuando los días son excesivamente largos y la llegada de la noche es una bendición, me siento bajo el cielo azul y miro fijamente las nubes que pasan por encima del mundo. Intento ver a través de los cielos las estrellas que no me deja ver el sol, pero solo veo un intenso color azul. Solo azul y mas azul y aquella nube rebelde e inmensa que no me va a bañar con su lluvia. Si tan solo pudiera ver las estrellas.
Rebusco en mi bolsa de equipaje y echo un gran trago a mi cantimplora de ilusiones. Los sueños se entremezclan con el agua helada y mis entrañas respiran aliviadas azotadas por el helado fluido que las recorre. Que bien sienta el frió helador, no era consciente del calor que sentía hasta que me dejado imbuir por ese sanador descenso de recuerdos invernales. Es entonces cuando mi corazón suspira de lo cansado y sediento que estaba. Bebo un poco mas, y mas, y aun mas. Ya no puedo beber mas liquido y mi cuerpo todavía pide más. No era consciente de lo sediento que estaba mi corazón.
El sol azota mi blanca piel, grietas de dolor abiertas al mundo que dejan pasar los largos dedos del sol y me atraviesan como saetas dolorosas de un sentimiento indefinido de frustración. Me revuelvo incomodo en mi asiento, no me puedo proteger del sol, pues si cubro mi cenicienta piel el calor sera todavía mas asfixiante y mi alma sentirá mas y mas sed. Expongo mi espalda, bajo la cabeza y busco cobijo en alguna sombra cercana. Cuando la encuentro, me acerco rápidamente en busca de cobijo.
La piel escuece roja por las inclemencias, por las perdidas y las derrotas. El daño ya esta hecho. Las heridas penetran mas adentro, donde mi cuerpo no puede defenderse. Lamentandome, rebusco en busca de alguna crema que hidrate de caricias mi magullada cubierta. Lamento, maldigo y aprieto los puños. Nada en mi bolsa. Si quiero curar mis heridas deberé salir de nuevo en busca de una sanación. Pero si salgo, volveré a estar expuesto al sol, volveré a sufrir, volveré a salir herido.
La batalla ha sido suficiente por hoy. Me acurruco y espero en la sombra a que llegue un nuevo día, a que el calor afloje y la esperanza de nuevas lluvias arribe desde el norte. Esperando ver la esperanza cabalgando entre el infierno ardiente de un caluroso día de verano cegador. Ahí, en la sombra, solo y magullado no puedo salir, de momento, la espera sera mi castigo. Las horas mi martirio, la soledad mi tormento. Suspiro. Miro al cielo y busco una estrella, pero solo el astro sol brilla en el cielo. Solo un intenso e infinito azul, con alguna nube caprichosa, y yo esperando en la sombra, solo, a que llegue el anochecer o que finalmente vuelva la esperanza. Pero esa es otra historia.
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