sábado, 21 de agosto de 2010

Huecos en la memoria


Poco a poco los regalos que se acumulaban encima de mi mesa apenas unas horas van desapareciendo. Con cada amigo que veo, con cada persona que encuentro de nuevo uno de ellos se marcha con él/ella. Era su destino, acabar en manos de las personas para las que fueron comprados, era su destino separarse de mi tras cruzar medio mundo en mi maleta. Cada uno que se va es un hueco que queda encima de mi mesa. Un hueco que no volverá a estar ocupado.


Los días pasan y el sentimiento de nostalgia se derrumba sobre mis hombres en cualquier ocasión para recordarme todo lo que he perdido y todo aquello que nunca volverá. Es inevitable, supongo, despedirme de todos estos recuerdos, despedirme de esta experiencia tan gratificante que aun hace que mi corazón se estremezca ante la menos brisa que me recuerde mi amado país. Solo es necesario un susurro para que mis ojos se pierdan en el infinito, para que mi alma me abandone y vuelva por un momento a pasear por el paseo marítimo de Yokohama.


Solo un suspiro y mis ojos se abren ante la visión de un Tokyo surcado de rascacielos y casas hasta la inmensidad. Veo mi cara de felicidad reflejada en las cristaleras del ayuntamiento, los cientos de vasijas de saque acumulados uno tras otro en el corazón del parque Yoyogi. La carta que envié a los dioses y que hasta hoy no ha sido respondida. Los pasos por el mojado pavimento alrededor del gran Buda de Kamakura. El atardecer en lo mas alto de Enoshima. Imagenes que sin quererlo me inundan y me hacen llorar. Como si de un crió pequeño que ha perdido su juguete, como si de un anciano que contempla su pasado se tratara. Recuerdos que no se borraran jamás de mi mente.


Asediado en los recuerdos de un pasado feliz. Contemplando los estantes vacíos que poco a poco van acumulandose del polvo del pasado. No quiero olvidar todo eso, no quiero despertar, no quiero abrir los ojos y darme de bruces con la cruda realidad. No quiero darme de bruces con un mundo imperfecto y angustioso solo salpicado por las luces que desprenden el aura de mis amigos y mi familia. Ayer caminando solo por las calles de Zaragoza por primera vez en mi vida me sentí como un extranjero, sentí como si aquel no fuera el lugar al que pertenezco, como si aquel no fuera el sitio en el que debería estar. Mi corazón se anda perdido muy lejos de aquí y lo que queda solo soy yo. Un yo que añora.


Ahora es el momento de que el resto de los objetos de ocupan mi mesa desaparezcan. Que lleguen a sus respectivos dueños con la esperanza de que ellos sepan cuidarlos y los traten con todo el cariño con el que yo se los he regalado. Espero que los traten con el valor que se merecen, pues son testimonios de un momento feliz de mi vida. Un momento feliz de mi vida en el que pensé en el destinatario de esos regalos con cariño, amor y amistad, deseando que comprando aquellos presentes fueran un poco participes de mi inmensa felicidad. Que fueran un poco participes de toda aquella maravillosa experiencia que estaba viviendo.


Es tiempo de olvidar...No, nadie podría olvidar algo así. Solo es tiempo de aparcarlo en mi memoria. De establecer un punto y aparte y esperar al próximo retorno a Japón. Es tiempo de ponerse las riendas y sin mirar a los lados para que mi corazón no se estremezca, acabar de una vez con las cosas que tengo que terminar en este país. El tiempo de la despedida esta próximo, la cuenta atrás ha comenzado. Mi camino para marchar al país de mis sueños ya ha comenzado. Los rivales serán duros, las adversidades incontables, pero el camino esta emprendido y ya no hay marcha atrás. O si. Pero esa, esa es otra historia.

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