Los días pasan demasiado deprisa cuando uno es feliz. Y es que mi felicidad iba poco a poco en aumento con cada día que pasaba en Japón, con cada experiencia que vivia, con cada maravilla que veía...Una felicidad pura, libre de obligaciones, estigmas, pensamientos negativos o cualquier oscura luz que pudiera ensombrecen mi corazón. Esa felicidad que hace que la vida merezca la pena ser vivida. Que hace que todo cobre sentido, que hace que todo valga la pena.
Caminaba por las atiborradas calles de Akihabara, solo. Las luces de Neon bullían con todo su esplendor y la gente se cruzaba conmigo de forma natural, como si ya fuera parte integrante de aquel barrio. Andaba con la mirada fija al frente, intentando reprimir mis lágrimas, intentando no bajar la mirada para ocultarlas. No era una mirada altanera o provocativa, era una mirada estoica, triste y al mismo tiempo llena de una corriente de eterna felicidad. Era la mirada de un hombre que acababa de dejar atrás parte de su ser. Que había dejado para siempre atrás...algo.
Las horas se escurrían entre mis dedos, dispuestas a marchitarse por mucho que intentara detener su inquebrantable avance. Imagenes de recientes felices momentos me abordaban sin compasión y mi rostro se encogía en recuerdos de felicidad infinita. El momento de la partida, tenía que llegar antes o después. Y llego, con toda su contundencia, con toda su crudeza, con toda su belleza.
El tren salio de Narita alrededor de las 9 de la mañana. Las estaciones pasaban y yo, oculto tras un sombrero negro, observaba por la ventana el paisaje que pasaba ante mis ojos. Mi alma, quebrada, se despedia de aquel paisaje que tanto había ansiado, que tanto me había fascinado y de aquellas maravillas que tanto me habían enamorado. En aquel vagón, asediado por el sueño y el cansancio, mis lágrimas brotaron como un rió de tristeza infinita. Brotaron como salpicaduras de amarga felicidad, la felicidad de haber encontrado un lugar tan maravilloso, de haberlo conocido, de haber encontrado en definitiva un lugar donde mi corazón se encuentra en paz y mi alma encuentra cobijo. El lugar donde me gustaría pasar el resto de mis días. El lugar donde ahora estoy seguro, quiero pasar el resto de lo que me queda de vida en este marchito mundo.
Cada vez que levantaba la mirada, una lágrima huía de mi ser. Sabía que iba a volver a ver esos paisajes, sabia que volvería a mi hogar pero...No podía dejar de llorar, lágrimas de felicidad en el tren rumbo a Narita. Por fin he encontrado un sitio al que amar. La vida corre por senderos nebulosos, y yo se muy bien que la felicidad del hombre no esta en ningún lugar en concreto, sino en el lugar en el que están las personas que ama. Mis amigos, mi familia, sin duda entenderán mi deseo de marchar, ya que antes o después todos tendremos que hacerlo, antes o después. Así pues...nada me retiene aquí, o como dice mi gran amigo Azif, casi nada. Me queda poco mas de un año para mi marcha definitiva, y solo una única cosa podrá detener mi marcha, el amor. Nada mas sera capaz de detenerme. Solo el amor.
Cuando cruce la frontera y entre en territorio internacional, estaba completamente seguro que si miraba hacía atrás me vería a mi mismo con la mano alzada, despidiendome con una sonrisa de "hasta pronto". Y es que parte de mi, parte de mi alma, se ha quedado para siempre allí, en Japón, disfrutando, soñando y siendo feliz. Esperando que el resto de mi que ahora se encuentra en tierras lejanas e inhóspitas, pueda al fin regresar y volver a ser uno. Volver a ser uno con la tierra, la cultura y el país que me han robado el corazón. Pero esa...esa es otra historia.
Un abrazo a todos, especialmente a mis amigos. Os quiero, pero sin mariconadas.^^
Eres valiente, luchas por tus sueños :) Yo estoy en ello. Suerte.
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