Estos días no me apetece hacer nada. La verdad es que la semana ha vuelto a ser dura y estoy muy cansado. Pero tranquilos no os voy a hablar de lo mismo una semana mas, os voy a hablar del tercer reporte y último de los Matsuri a los que asistí el verano pasado en Japón. Este fue el primero que visite y con mucha ventaja fue el mejor de todos. Y no es que los otros fueran divertidos, a su manera, ni especiales pero el primero fue el mas...japones^^. Por llamarlo de alguna manera. Pero antes de empezar, un pequeño recuerdo de los dos anteriores. El primero que os relate fue ese Matsuri inesperado que nos llevo por un pasaje lleno de muñecos de cartón hechos por colegiales, donde comimos Takoyakis y colgamos nuestros deseos en estrellas. El segundo, fue adentrándonos en el peligro del templo ultra nacionalista y vivir un Matsuri de lo mas tradicional. Este último fue un Matsuri al que nos invito un gran amigo, y fue el segundo día de llegada a Japón, aun con el jet lag y la confusión en nuestros cansados cerebros. Pero lo que encontramos fue algo inimaginable y sorprendente. Pero vamos allá.
Nada mas llegar, tarde como siempre, estuvimos esperando sentados en unos bancos a que llegara nuestro amigo. Nuestro destino era Narita, no el aeropuerto, la ciudad. Una pequeña ciudad a unos 50 minutos en JR desde nuestra casa, la verdad es que estaba en el culo del mundo y el viaje fue largo pero interesante. Vimos todo tipo de paisajes, campos de arroz verdes y pudimos ir haciéndonos a la idea poco a poco de que estábamos por fin el país de nuestros sueños, en la tierra prometida, en el...si si ya me paro. El caso es que el viaje, pese a ser muy largo, fue muy interesante. Y comenzó a curtirnos en este tipo de viajes. Llegamos pues al encantador pueblo de Narita, a unos pasos de Tokyo. Por supuesto no era un pueblecito pequeñito y encantador, pero sus casas de madera típicas de madera oscura, sus callecitas ascendentes y pintorescas y su inmenso, sorprendente y bello parque nos sorprendió a todos.
Y es que tras llegar con nuestro amigo, que como buen japones llego muy tarde, nos pusimos en camino. De inmediato, nos vimos rodeados por multitud de gente vestida en yukata, muchos mas que en cualquier otro Matsuri que visitamos. Preciosas niponas, caballerosos japones, miles y miles de puesto de comida, de todas esas comidas que se pueden ver en los reportajes de Japón, con sus típicos puestos de festival. Degustamos la mayoría de ellas con una sonrisa en los labios y una gran felicidad embargandonos. Y aunque no lo hicimos especialmente bien, probamos alguno de los juegos mas caracteristicos de los festivales japoneses, como el de recortar una pastillita de arroz y algunos otros. Aunque el de pescar peces con redes de papel lo dejamos a un lado.
El festival es difícil de explicar, pero en resumen consistia en altas carrozas, una por cada grupo de participantes, todos ellos vestidos con los mismos colores y con el tradicional traje japones de festival, incluidos los niños. Pues bien, en la carroza, además de una banda de percusión complet incluida, se situaba en lo mas alto un muñeco de un señor feudal con bigote. Me dijeron quien era, pero sinceramente ya lo he olvidado. El caso es que los participantes de cada hermandad, empujaban con sonoros gritos unánimes de la carroza, mediante dos grandes y coloridas cuerdas de una longuitud considerable. No solo los adultos tiraban, sino que también los niños tiraban de la misma, ataviados con coloridos y folclóricos trajes. Era una imagen impactante, y con cada carroza que nos encontrábamos nuestra sorpresa iba en aumento.
Tras eso, visitamos los hermosos templos de la ciudad y un inmenso parque donde nos paramos a descansar un rato. El parque, que al entrar estaba plagado de tumbas, nos sorprendió con caminos en pendiente por rocosas piedras y bajo los enormes arboles. Un camino interminable por un autentico y hermoso parque japones, con sus lagos y su belleza innata. En el centro del parque, un inmenso monumento al que se podía subir por unas largas escaleras, que me hizo recordar de inmediato el parque de mi ciudad. Lo único que este era aun mas grande y a la par de espectacular.
Tras volver a la civilización, el festival continuaba. Pero ya era de noche, así que miles de farolillos iluminaban las calles atestadas de gente y los altísimos carros. Tuvimos la fortuna de ver salir uno de ellos, por una empinada y abarrotadisima calle donde, los faroles y el sonido de la gente lo convirtió en una experiencia única e inolvidable. Desde lo altos de los carros, los participantes intercambiaban dinero por regalos con las personas que atiborraban los balcones de los bajos edificios japoneses. Un espectáculo único que nunca olvidare. El día en Narita acabó con unas buenas gyosas y un largo viaje de vuelto con una gran sonrisa en los labios. La semana que viene, otra aventura, pero esa, esa es otra historia.
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