La suerte, ese será el núcleo de esta historia que empecé hace unos meses y que ahora continuo. En este mundo monótono y superficial la suerte juega un papel fundamental, un papel que no podemos negar. Para alzarse con nuestros sueños a veces debemos poner nuestros deseos y esperanzas en manos de esta escurridiza compañera. Pero la suerte hay que ganársela. La suerte hay que buscarla.
Y allí fueron mis dos compañeros, con la esperanza de una noche de amor y de pasión en sus pensamientos. Que simple somos los hombres, pero es así. Yo espere y al día siguiente amanecí mucho antes de que lo hicieran ellos, ya que estaban bastante bastante borrachos. El caso es que por la mañana pregunte con una media sonrisa como había ido la noche, si habían tenido éxito, en fin todo ese tipo de cosas. Y aquí empieza la historia, o la parte de la historia que yo no viví directamente, así que solo puedo escribiros lo que los propios protagonistas me contaron, con las únicas variaciones impuestas por mi mala memoria. Así pues, voy a dejar de salir en esta historia hasta que lleguemos al final.
El lugar era lo que prometía ser, un bar con música estridente, lleno de nippones y nipponas con ganas de conocer extranjeros. Una cosa que llamaba poderosamente la atención eran los fornidos hombres de color que acechaban por todas las esquinas en busca de una dulce y delicada nipona, o nipon. Pedro iba acompañado por Martín, que si bien no es un borracho si sabe disfrutar de los placeres del alcohol. Así que ambos se dedicaron unas buenas cervezas hasta alcanzar ese punto en que sientes una simple y llana felicidad y en el que la lengua se suelta fácilmente. Y así con la fuerza del alcohol y la determinación de un buen español, se lanzaron en busca de unas chicas con quien conversar.
Los intentos torpes de Martín no fructificaron, y tras varias negativas decidió parar un momento para ir al servicio. En ese momento, nuestro protagonista, se quedo solo en la barra de ese ruidoso bar con una cerveza en la mano y la espera por condena. De repente se fijo en dos chicas, bastante guapas, que pedían alegremente unas copas. Las chicas no eran como las demás que frecuentaban el establecimiento. Quiero decir, no buscaban extranjeros como hacían otras y otros, pero si eran dos chicas que sabían pasárselo bien. Mi amigo lo notó, o lo supo, no lo se. El caso es que algo dentro de él le hizo decir, levantando la cerveza y con una dulce sonrisa: ¿Qué tal estas?
Cuando Martín volvió a la barra se encontró atónito como su amigo hablaba de forma distendida con dos chicas. Asombrado, carraspeo y rápidamente Pedro le presento a las dos muchachas. Ambos, de forma natural, comenzaron a hablar con cada una de ellas. Pedro se puso hablar con una chica de sinuosas curvas y escasa ropa, de sonrisa fácil y que se dejaba desear llamada aquí Reina. Martín en cambio, hablo con la mas modesta y vergonzosa, y no por ello menos bella, que aquí llamare Yokohamera. Por que vivía en Yokohama y porque soy el narrador y pongo los nombres que quiera`^. El caso es que las chicas charlaron con ellos durante largo rato y con la promesa de volver a verse, ellas se retiraron a una hora prudente.
Al día siguiente yo no salía de mi asombro, y con escepticismo antes las palabras de mis amigos. No diré que no sentí celos o remordimientos por no haber ido con ellas, claro que ellos eran dos y ellas eran dos...El número perfecto. Que suerte habían tenido...No diré que no reí con el saber de que algo fruto de un encuentro tan fortuito y fugaz no iba a conducir a ninguna parte. La suerte te puede sonreír una vez pero...El caso es que no apostaba mucho por ellos. Pero volvieron a quedar y lo hicieron siguiendo mi consejo...Pero esa será otro apartado de esta historia.
martes, 14 de agosto de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario