La Semana Santa, para muchos, es solo un simple semana de vacaciones mas. Tiempo para irse de acampada, a la playa o quizás para estar en casa viendo pasar los días uno tras otro sin hacer nada. Y es que en estos días creo que todos nos merecemos nuestros merecido descanso, que a mi personalmente me viene muy muy bien, porque vaya traca he llevado estas últimas semanas como habréis podido leer en entradas anteriores. Pero además de para descansar, yo, como muchos otros, procesiono en una de tantas cofradías que abundan por nuestra geografía nacional. Yo no es que sea especialmente muy religioso, pero ha sido desde siempre una fiesta que siempre me ha gustado. Y por ello me gusta participar en tal evento tocando el tambor.
Esta Semana, como os dije, iba a ser especial. Y dentro de la misma, el día mas marcado en el calendario y mas especial de todos era el de ayer. Ya que ese día salíamos del templo mas carismático de la ciudad. Todos estábamos muy ilusionados y ayer en masa nos presentamos mas de 600 personas en el templo, listo para lucir nuestros pasos por toda la ciudad y hacer una salida única e irrepetible por primera vez en la historia. El sol que nos iluminaba entre nubes de tormenta, nos hizo pensar a todos que el milagro se obraría, que la lluvia que atormenta nuestra ciudad nos daría una tregua y que podríamos salir esa noche, que recordaríamos para siempre. Pero al final, si, la recordaremos, pero no por ser feliz ni grata.
Todos estábamos preparados dentro del templo, con un silencio sepulcral y una fuerte sensación haciendo latir con fuerza nuestro corazón. Pero afuera, afuera la lluvia arreciaba con fuerza. Y la voz entrecortado del hermano mayor, anuncio que se cancelaba la procesión del Jueves Santo. Aquella que tanto habíamos preparado, aquella que tanto tiempo habíamos estado esperando. Aquella que tanta ilusión nos hacía. Aquella que nunca mas va a volverse a vivir. Los sentimientos de inmediato, fueron terribles y devastadores. Desgarradores y atroces. Tristeza, que dio paso a la ira, ira que dio paso a la impotencia. Contra quien descargar tu ira, contra quien lanzar maldiciones, a quien castigar por aquella tragedia que destrozaba mas de 600 corazones...
A nadie.
Y aquí llego la impotencia y el dolor. La impotencia, esa que nos atenaza. Pues aunque nos pese, en este mundo hay cosas, hay cosas que escapan de nuestra mano. Hay cosas que no podemos evitar que ocurran, cosas que por mucho empeño que les pongamos, no tienen solución. Así que solo nos queda una cosa. Seguir adelante, o rendirnos. Esta noche las pesadillas han ensombrecido mi sueño y el amanecer ha sido oscuro y triste. Fuera aun llueve, y eso significa que hoy tampoco saldremos en procesión de Viernes Santo. Lo que se traduce en mas tristeza, en mas desesperación. En mas desgarradora impotencia. Pero...Que le vamos a hacer. No podemos hacer nada, así que solo pedir que este día pase raudo y veloz. Y que de una vez por todas, esta maldita y condenada lluvia, deje de condenar y empeñar de lagrimas, nuestros recuerdos. La semana que viene espero una entrada mas alegre, pero esa será otra historia.
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